Mi Escritura Favorita

(Actualización basado en una entrada hecho en 2014)

Tengo varios ‘libros’ favoirtos en las escrituras. Eligiendo uno solo entre cada volumen (menos Doctrina y Convenios, dado que es más un ‘libro’ sólo) e incluyendo encima un Evangelio (pues son ellos una categoría porpia) los que encabezan mi lista son (en ningún orden particular):

  • Isaías
  • El Evangelio de San Juán
  • El libro de Mormón (el libro dendo del libro)
  • El libro de Moisés
  • Apocalipsis

Es algo de una mezcla ecléctica, aun que dudo que mucha gente disputaría la calidad que tienen. Pero ¿porqué son estos los libros entre todos que califican para estar en mi lista? Porque ellos hablan a mi alma.

Por medio de su estilo literario tanto como su contenido doctrinal, dentro de ellos encuento algunos de los versículos mas dulces que he hallado en todas las santas escrituras. Pero entre todas las palabras maravillosas que he encontrado ente ellos, mi escritura favorita queda escondida en un capítulo que se suele olvidar, al final del libro del Apocalipsis.

Lo que generalmente viene a mente cuando la gente piensa en el libro del Apocalipsis son imágenes de muerte y destrucción. Ellos lo vean como un libro que expone solamente los juicios tenebrosos que sobrevendrán a los inicuos en los últimos días; y pasan por alto el mensaje de esperanza que forma su tema central. Es verdad que también contiene mucho de dolor, y una profesía de días obscurras por venir, pero ¿no es eso donde todos nos encontramos en algún momento u otro de nuestra vida? Dolor, muerte, y tristeza son todos parte de esta experiencia mortal. Pero ante toda esta obscurridad, Cristo resplandece como un farro.

«de modo que los que creen en Dios pueden tener la firme esperanza de un mundo mejor,» (Éther 12:4)

Yo había leído el libro del Apocalipsis cuando era más jóven, pero la primera vez que yo jamás lo estudié en serio vino cuando yo había estado en el campo misional por como un año. Tenía yo una copia del manual de Instituto de la Iglesia sobre el Nuevo Testamento, y por alguna razón que no puedo ahora recordar yo decidí dedicar una gran porción de mi estudio personal a un profundo estudio de ese libro intimidante al final del Nuevo Testamento.

Mientras leí, encontré que en verdad sí hablaba mucho sobre calamidades y sufrimiento, tanto en el pasado como por venir. Pero el libro del Apocalipsis no se trata de eso en su fondo. Eso no es la alma del Apocalipsis. Es verdad que el mensaje que comparía sí tenía mucho que espantaba y asombraba, pero el libro fue dirigido a un pueblo que ya conocía mucho sobre tales cosas. Pues la iglesia jóven cristiana no desconocía los días de pruebas y tribulaciones. Así que mientras el Apocalipsis de San Juán es verdaderamente lleno de imágenes miedosos y descripciones desalentadores de eventos o pasados, corrientes, o venideros, tengo que preguntarme si cuan miedoso el mensaje podría haber sido a un pueblo que ya había vivido por las persecuciones de una serie de emperadores romanos y que había precensiado la muerte de la mayoría del quórum original de los doce apóstoles; martyrizados por su fe junto con muchos, muchos más. Quizás cuando leyeron las metáforas tenebrosas del Apocalipsis, los primeros santos vieron a su propio día reflejado, más que algún catástrofe lejano que aún tenían que esperar.

Mi día propio, aun que lleno con sus propias pruebas, no parece ni cerca de bastante tenebroso para poder verlo reflejado en el las páginas de esos capítulos tempranos del Apocalipsis. Pero tal como dije, esos no son el mensaje central del libro. Pues Apocalipsis es principalemente un libro sobre la esperanza. Esperanza por toda la humanidad, sin importar sus circunstancias y sin importar cuan difíciles sus purebas parecen ser o en verdad son.

Eso es lo que yo encontré en Apocalipsis. Un farro de esperanza. La promesa del Salvador resonando por las páginas hasta llegar a mí y contándome lo que mi alma caramente anhelaba oír. Consuelo tal como solo un padre puede brindar a un hijo. Un hijo lejos de casa y luchando con sus propios desafíos. Ocasionalmente sintiendose tanta soledad. A un misionero, a penas en el princípio de la década de sus 20s, las palabras de Apocalipsis 21:4-7 cayeron en su corazón con el peso de la eternidad y le llenaron con paz:

Apocalipsis 21:4

Y enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de ser.

«El que venciere heredará todas la cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo»

Hasta hoy en día puedo acudir a esos versículos cuando estoy en necesidad de consuelo. Esas palabras llegaron a un pueblo en el precepicio de la destrucción y la apostasía al fin del primer siglo A.D., y yo puedo solamente imaginar cuan profundo ese mensaje de esperanza ha de haber sonado en sus oídos.

Pero lo que sí te puedo decir es cuan dulce esas palabras sonaron a un misionero jóven, haciendo su mejor esfuerzo por andar en los asuntos de su Padre. Y cuan dulce todavía me suenan cuando sea que necesito escuchar la voz de mi Padre decirme que eventualmente podré volver a casa y sentir su abrazo.

Y gracias a [Nuestro Señor] y el evangelio restaurado y la obra de de profetas vivientes … hay por cada uno de nostros individualmente y también por todos nostoros colectivamente, si es que permanecemos fijos y fieles en nuestro propósito, un gran momento final en algún lado cuando pararemos con los ángeles «en la precencia de Dios, en un globo cual si fuera un mar de vidrio y fuego, donde todas las cosas por [nuestra] gloria son manifiestos, pasado, presente, y futuro» (“The Bitter Cup and the Bloody Baptism”, élder Jeffery R. Holland)

Y resueno las palabras siguientes del élder Holland y les hago míos:

Eso es un día por lo cual caramente anhelo.

A saber por medio de las revelaciones de Dios, que ni importa que purebas y tribulaciones nos rodean; ni importa cuan obscurro el sendero parece, «habrá una respuesta». Por aquellos que lo endurrezcan bien, ni importa cuan imperfectamente, el Señor tiene preparado un gran recompenza, y habrá un lugar donde descansar nuestras cabezas cansadas cuando esta jornada breve llega a su final.